jueves, 20 de noviembre de 2008

U N RELATO BREVE: LA INCREÍBLE Y CIERTA HISTORIA DE LA INFLUENCIA DE CÁSTOR Y PÓLUX

LA INCREÍBLE Y CIERTA HISTORIA
DE LA INFLUENCIA DE CÁSTOR Y PÓLUX
Relato corto


PALABRAS PARA JULIA


Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Nunca te entregues, ni te apartes
del camino y nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

José Agustín Goytisolo









PRIMERA PARTE





1

Érase una vez un país lejano, muy lejano, tan apartado y distante que hasta allí no llegaban los caminos. Dicen que se inició hace mucho tiempo la construcción de una vía para el tren, pero los obreros, que se veían tan inmoderadamente alejados de sus hogares, sintieron añoranza y abatimiento, perdieron la conciencia de la realidad, olvidaron sus pueblos de origen y sus nombres, y acabaron por desaparecer entre la maleza de los bosques y luego fueron solicitados por la muerte. Tampoco llegaron allí las carreteras ni los caminos porque nadie logró encontrar los necesarios contactos. Ni siquiera los aviones descubrieron el lugar y uno a uno se esfumó entre las montañas de maleza antes de haber tenido ocasión de escudriñar aquella inexplicable y enigmática región. Ahora ya no busca nadie. Los ancianos que alguna vez oyeron hablar de aquel país fruncen el ceño cuando alguien les pregunta, porque no quieren recordar lo que creen encantado por un espíritu maléfico.

Se sabe que trescientos cincuenta hombres de barbas y cabellos blancos viven en aquellos territorios ajenos al resto del mundo, y también trescientas cincuenta mujeres que visten de azul, siempre vestidas de azul, y trescientos cincuenta jóvenes, altos y estucados, juguetones y listos, sutiles y ágiles. Dicen también, y razón no les falta, que trescientas cincuenta niñas, de reluciente belleza, salen a pasear las tardes de primavera vestidas de túnicas blancas y rojas, y luego, a la caída del sol, desaparecen para volver ser vistas otras tardes con cálidos tonos grises y blancos, y otras tardes volando como ágiles ángeles en túnicas blancas y azules, y ellas y los otros corren y se mueven y casi levantan el vuelo por cielos y rincones. En aquel extenso y lejano país no hay rey, ni reina ni presidentes, ni jefes, ni ministros, ni alcaldes, ni ricos, ni poderosos. Ni existen leyes, ni jueces, ni cárceles, porque tampoco hay asesinos, ni maleantes, ni rufianes, ni salteadores, ni rateros. Es un país tan raro, tan infrecuente, tan pequeño y extenso a la vez que no tiene bandera, ni himno, ni escudo, ni gobierno, ni fronteras. Es un país tan distinto que por carecer de nombre y de mapa los cartógrafos no pueden dibujarlo en los atlas. Bien pensado no es un país, pero de alguna manera habrá que nombrarlo.






2

¿Que cómo sé que existe ese país? Ya sabía, Julia, que me lo ibas a preguntar. Siéntate. Ponte cómoda. Si quieres oírme hasta el final estoy dispuesto a contarte una historia fabulosa, un increíble y cierto episodio que tú misma has vivido, pero es tan solapada y maliciosa la realidad dibujada por nuestros ojos que nos permite, por la falsedad de sus satisfacciones, vivir ajenos a la otra vida, la auténtica, la que no se deja ver sino filtrada por nuestro entendimiento. Y esa, la verdadera, nunca estaría a tu alcance si alguien no se tomara la molestia de desvelarla.

Unos años antes de que tú existieras vivían tus futuros padres, por entonces recién casados, en un pisito de un destartalado edificio de las afueras de nuestra ciudad, ya por entonces bulliciosa y tensa. Los días laborables salía tu futura madre antes del amanecer hacia el metro, y luego al autobús, y al regreso de su trabajo era ya noche cerrada muchos días del año. Quien había de ser tu padre no tenía por entonces oficio estable ni empleo duradero. Vagaba de puesto en puesto, de sueldo en sueldo, de quehacer en quehacer durante el día, y muchas noches frecuentaba aún las aulas universitarias, y luego, cuando regresaba a casa era ya tan tarde que encontraba a su mujer acostada y dormida. A la mañana siguiente ella se levantaba con sigilo para que él, que se había acostado tan tarde, no se despertara.

Como uno y otro pasaban las semanas sin verse, usaban un cuaderno de notas para decirse las cosas: «El sábado vamos visitar a Janine, no hagas planes», «en el frigo te he dejado un poco de ensalada para la cena», «tienes que comprar leche y pan»...

Un jueves de una noche fría de marzo con la noche ya avanzada llamaron a la puerta. Tu padres dormían. Tu futura madre despertó primero:

- ¿Te levantas tú? - me dijo somnolienta - ¿Quién llamará a estas horas?

Y tu padre abrió la puerta sin protocolo y se encontró en pijama ante una bellísima mujer vestida de largo con traje azul (más parecía de ceremonia religiosa que traje de fiesta), acompañada por un hombre de barbas blancas (y vestido también de blanco). Así juntos parecían los dos dispuestos para una ceremonia memorable. El hombre y la mujer habían sido dotados de singular belleza, de suavidad de gestos, de envolventes y leves sonrisas, de movimientos tan dulces y mesurados que le contagiaron una calma sobrehumana.

- ¿Podemos hablar con Julia Salcedo? - preguntaron.

"Esa soy yo. ¿Por qué preguntaban por mí?"

Eso es lo que quiero que sepas, Julia. Estoy contando un asunto de tu vida. No sólo esa eres tú, sino que también quien abrió la puerta era yo, que aún no era tu padre porque uno no puede ser padre de quien está por nacer, y faltaban más de dos años para que tú vinieras al mundo, Julia. Ahí está el misterio. Y nadie, pensaba yo, es capaz de predecir el futuro.

"¿Y dónde estaba yo?"

Tú no habías nacido, Julia, y quien no ha sido concebido no existe. Y cuando nos llega la muerte, volvemos al no ser que hemos sido siempre. La vida es un pequeño paréntesis en la inmensidad del tiempo. Pero eso ya te lo explicaré otro día. Ahora solo quiero que sepas que preguntaban por ti mucho antes de que hubieras nacido. Y el hombre del pijama contestó:

- No, claro que no pueden hablar con Julia Salcedo, aquí el único Salcedo soy yo, pero como ven, no puedo llamarme Julia.

- Sí, - insistieron - aquí vive Julia Salcedo, tiene que vivir aquí. Usted tal vez no lo sabe, pero ella vive aquí...

- ¿Cómo podría no saber yo quién vive en esta casa? - añadió indignado mientras sacaba la mano derecha de su chaqueta de franela a rayas para apoyar su irrefutable afirmación.

"¿Quién se indignó, papá, aquel hombre de blanco o tú?"

Yo, yo me indigné, claro.

"Entonces, por qué dices 'añadió indignado' si eras tú quien hablaba con ellos."

Porque te estoy contando un cuento, Julia. Tú eres la protagonista, de acuerdo, pero yo soy el narrador, y la persona que abrió la puerta sólo es un personaje del cuento.

"Pues entonces no me confundas más y dime 'añadí indignado' para que yo sepa que eras tú, y no te confunda con otro".

De acuerdo, Julia, pero esto es un cuento y acepto nombrarme a mi mismo y confundirme con el narrador sólo para que tu frágil entendimiento comprenda mejor. Y ahora, vuelto otra vez al cuento, sigo con la historia y te digo que no dudé ni por un instante que aquello era un error, que no podía ser otra cosas, que se equivocaban de casa, y probablemente también de hora, aunque bien podían ser las diez de la noche, o las doce... ¡Eran tan irregulares por entonces nuestros días...!

- Buscamos a Julia Salcedo - insistieron - y sabemos que vive aquí. Nuestra información, comprenda, es fiable.

- Pues su datos, señores, están equivocados - les dije con calma y sin ánimo de reprocharles su intromisión y error, porque para aquella mágica cortesía no existen palabras enfrentadas.

- Nosotros no nos equivocamos, - insistió la mujer con voz solemne.

Se dieron media vuelta. Mientras bajaban las escaleras los vi desaparecer. Tenía yo las manos clavadas en los bolsillos de mi pijama de franela. No supe qué decir para despedirlos como tampoco fui capaz preguntar por sus intenciones, por sus nombres, por sus orígenes y sobre todo por su resuelta y a todas luces errónea convicción de que una tal Julia que llevaba mi apellido debía vivir allí, y por lo tardío de su visita, vestidos de fiesta o de ceremonia o de carnaval o de lo que fueran aquellos trajes tan pulcros.

No le preguntes a Mamá por lo que ella recuerda de aquella fantasmal visita. No se enteró de nada porque no me pareció necesario despertarla sólo para decirle que unos hombres tan extravagantes como dulces se habían equivocado de casa.






3

El sábado de aquella semana le referí la insólita visita mientras íbamos al mercado. Se mostró incrédula. Añadí detalles sobre la indumentaria, sobre la conversación, sobre los gestos... y cuantos más pormenores esgrimía para convencerla, menos veracidad concedía ella a lo que contaba.

- Pero si tú oíste el timbre antes que yo... - le dije.

- No creo. No recuerdo haber oído ningún timbre a esas horas...

- Pero si tú misma me pediste que fuera a abrir...

- ¿Qué te dije? Cómo te iba a decir algo si no oí nada...

- Pero si estuve hablando con un hombre de aspecto joven, con barba blanca, casi artificial, y con una mujer vestida de azul, con túnica larga, tuviste que oírlo...

- Lo has soñado, sí. Así son exactamente los personajes de los sueños.

Y tantas veces lo repitió que llegué primero a dudar, y luego a olvidar el encuentro, y después a creer que ella, como siempre, tenía razón.

Ya sabes con qué facilidad Mamá consigue convencernos de cualquier cosa.

"Un momento, Papá. Eso no explica la existencia de ese país que decías antes. Y a lo mejor no fue verdad que vinieron a verte y, como dice Mamá, lo soñaste. Y otra cosa... ¿Por qué preguntaban por mí si yo no había nacido?"

Eso mismo digo yo. ¿Por qué preguntaban por alguien que había de nacer dos años después? o mejor dicho... ¿Cómo sabían ellos que ibas a existir si lo ignoraban tus propios padres? ¿Y por qué sabían que te llamarías Julia?

"A lo mejor te has inventado todo y por eso me pusiste a mí el nombre de Julia".

Podría ser, sí, podría ser que yo hubiera fabulado la escena. ¡Estaba tan cansado por aquellos días..!

Durante mucho tiempo olvidé la sorprendente visita de aquella noche y la dejé tapada con un velo en el apartado de los sueños, sí. No se puede vivir obsesionado con los recuerdos. Llegué casi a convencerme de mis fabuladoras vigilias porque también soñé que volvían a preguntar por Julia Salcedo otras parejas vestidas de seda, tan singularmente elegantes que tampoco parecían personas.





4

Pero atiende, Julia, y no te distraigas, porque esto sólo es el principio.

Una inesperada noche, porque esas cosas suceden cuando menos se espera, volvía de la universidad en un autobús tardío me acordé, y no sé por qué extraña influencia, de aquellas personas que ya sólo localizaba entre nieblas porque no había quedado prueba alguna que mostrase lo que realmente sucedió. Con rara intuición, en un reflejo injustificado, miré desde mi asiento hacia atrás y... los volví a ver... sí... a ellos... sentados uno junto a la otra... eran sus rostros, aunque ahora no llevaran aquellos vestidos. Latió mi corazón como un tambor y me vibraron las piernas. Ya no era un sueño, no, sino la más palpable realidad. En pocos segundos me invadió una inesperada calma, uno de esos repentinos estados plácidos tan semejante al que tuve cuando les abrí la puerta. Cesaron los latidos y se relajaron y perdieron peso mis piernas. Tan sosegado estuve que cuando vencí el miedo y volví a mirarlos... ya no estaban... Me bajé en la siguiente parada, mucho antes de la que me correspondía, resuelto a encontrarlos y hablar con ellos. Los seguí por donde sospechaba que se habían ido con el deseo de esclarecer la pesadilla y no los encontré. Habían conseguido renovar en mí las mismas dudas. Perdí la calma y mi espíritu se abrió de nuevo a los fantasmas de lo inexplicable, a esos extraños fenómenos del absurdo. ¿Cómo podían darse tantas coincidencias? Resignado a no volver a verlos y dispuesto a batirme con pesares y pesadillas volví a casa. Y estaba ya cerca del portal cuando me topé con la radiante pareja. No podría ser. ¿Tendrían el don de la ubicuidad?

"¿Qué es ubicuidad, papá?"

Que pueden estar el varios sitios a la vez y trasladarse de un lugar a otro sin seguir un camino, o como si fuera volando, pero muy rápido. Otra vez quise reaccionar con valor y atreverme a preguntar mis dudas, pero un pavor frío, un miedo injustificado me aconsejó alejarme de ellos, subir las escaleras de dos en dos, de tres en tres, hasta el cuarto piso, alocado, irreflexivo, torpe... Aunque por entonces estaba embarazada, desperté a Mamá. Eran más de las once y media de la noche y la llevé a la terraza para que viera a quienes parecían amenazarme con sus sombrías figuras. Y ella los vio, los tuvo frente a sus ojos aunque no pudiera distinguir sus rasgos, sus encantos, su impavidez. Y cuando ya creía poseer la prueba de lo que estaba sucediendo, comentó despreocupada:

- Bueno, y qué... Allí hay dos personas normales, como todo el mundo, que están hablando. No se puede construir un mundo porque dos personas paradas en la calle hablen entre ellas cerca de la casa de uno. Es posible que los hayas visto en el autobús, no lo niego, y después los hayas vuelto a ver aquí... y que coincidan con aquel sueño que tuviste. Todo eso pasa cuando uno está obsesionado. ¿Y qué? ¡Más vale que no seas más sencillo y no te compliques la vida!

Se dio la vuelta y regresó al dormitorio. En el momento en que más hubiera necesitado su testimonio, echó tierra de nuevo a aquella innegable pesadilla.







5

A las pocas semanas, en una inesperada y fría madrugada de invierno, nació tu hermano Nicolás. Llegaba al mundo dos meses antes de lo previsto y durante veinticuatro días solo pudimos verlo a través de unos cristales que lo aislaban de las infecciones y microbios contenidos en el aire, frente a los que nació indefenso. Cuando lo llevamos a casa, ya recuperado, la vida fue tan distinta, estuvimos tan metidos en los diarios e interminables cuidados de un niño recuperado in extremis que aquellas pesadillas que confundían ficción y realidad se esfumaron sin ningún esfuerzo.

Y pasó un año y algo más, y el tiempo borró el pasado, y los extraños fenómenos quedaron sepultados en el olvido.

Una tarde de un melancólico seis de febrero se presentó un hombre con su camioneta. Lo habíamos avisado la tarde anterior para que nos ayudara a trasladar todos los enseres que por entonces amueblaban nuestra casa. Los llevábamos a otro piso. Mamá estaba embarazada de nuevo y ahora ya sí que no teníamos espacio para todos. La nueva casa era más vieja, más sombría y más destartalada, pero más grande y en el corazón de la ciudad.

A los tres meses de la llegada a aquel céntrico barrio apretado y bullicioso ocurrieron dos hechos sin importancia aparente que se habían de convertir en misteriosos y enigmáticos. Fueron dos signos insignificantes: una llamada al timbre de casa y una llamada de teléfono. Eran los primeros días de mayo de 1976. Cerca ya de media noche sonó el timbre de la puerta. Mamá dormía. Yo estaba clasificando y fechando y colocando en hojas de cartón las últimas fotografías de la familia que daban cuenta de los primeros meses de vida de Nicolás. Tardé mucho en abrir. Por entonces había olvidado por completo las inesperadas visitas y los accidentales encuentros, que habían pasado a engrosar otras coincidencias y anécdotas de la familia. cuando abrí la puerta esperaba encontrarme con un vecino despreocupado e inoportuno que había de necesitar cualquier exótica ayuda, pero no había nadie. El desconocido visitante había dejado, sin embargo una indeleble señal en la puerta, un par de dibujos que casi podían pasar inadvertidos, quizá seguidos y relacionados. Uno de ellos, el superior, casi con forma de almendra, tal vez un poco mayor, y el otro ligeramente ladeado y más pequeño, como un círculo achatado. Yo los llamo dibujos, bien hubieran podido ser señales o incluso un par de manchas caídas al azar, que es como mucha gente hubiera podido interpretarlas. La tinta estaba fresca. ¡¿Querría algún entrometido ladrón averiguar si habían llegado nuevos inquilinos... y comunicar algo a sus compinches...?! Aquello no iba a contárselo a nadie, y menos a tu futura madre, que con su embarazo no estaba para sustos. Tampoco tenía intención de discutir sobre las razones y sinrazones que rigen realidad y ensueño, o bromas, o errores, o diablos... Y no se me ocurrió pensar en la visita nocturna de tiempo atrás, ni establecer relaciones, porque la señal podía ser una cualquier cosa excepto algo que mereciera la pena considerar en busca de justificar lo injustificable. Y como era demasiado tarde para molestarse en limpiarla, y como tampoco parecía necesario alterar la velada por un discreto dibujo-sospecha o una mancha-imaginación, o lo que aquello quisiera representar, puse fin a la anécdota y la olvidé sin tener, ni buscar, la oportunidad de recordarla si no fuera por lo que pasó un año después y te contaré más tarde.

"Pues deberías habérselo contado a mamá. Ella te podía haber dicho si había oído el timbre."

Si, y luego discutir. Y acabar por explicarle que no era nadie... ! No sabes hasta donde pueden llegar esas discusiones vacías que empiezan con nada y luego se acaba por plantear la razón de la existencia...!

La segunda extraña coincidencia, y con esto me salto otros detalles, tuvo lugar el mismo 26 de mayo, al amanecer, cuando todavía estábamos durmiendo.

"Es el día de mi cumpleaños"

Eso es. Ocurrió a las ocho y media de la mañana, una hora antes de que llegaras a este mundo, que tampoco esperábamos que lo hicieras tan pronto. Sonó el teléfono. Era María Helena y despertó a Mamá. Quería saludarla, saber cómo estaba. María Helena y Mamá habían entrado tanto tiempo juntas en el colegio que se escribían al menos una carta cada quince días desde que se habían separado. Por entonces no era corriente llamarse por teléfono desde ciudades lejanas y María Helena vivía en París. Aquel día, sin embargo, y en aquel preciso momento llamaba porque se sentía urgentemente interesada por nuestros planes para el verano. Quería que viajar con su amiga (y con el marido de su amiga) por Italia. Y por primera vez no escribía una carta para preguntarlo, sino que llamaba por teléfono. Una hora después naciste tú, Julia, en la maternidad Santa Cristina, a cuatro o cinco kilómetros de casa.


Nadie pudo ni quiso relacionar, ni parecía haber razones para hacerlo, la llamada de María Helena con tu rápida y oportuna llegada al mundo. Yo sé que si Mamá se hubiera retrasado un poco, solo unos minutos, si se hubiera quedado dormida, si el teléfono no hubiera sonado a tiempo, probablemente, casi seguro, habrías nacido en el asiento trasero de un taxi, por el paseo del Prado, desde el cual yo habría estado haciendo señas con un pañuelo blanco mientras avanzábamos alocado al son de repetidos y secos toques de claxon.

Ninguno de los dos acontecimientos, la señal de la puerta y la oportuna llamada, parecían estar relacionados. Y podrían no haberse descubierto nunca como tantos otras cosas que suceden en momentos importantes de la vida y que no se nos ocurre indagar ni siquiera cuando el azar los relaciona.

"¿Qué es indagar?"

Podías deducir lo que significa, Julia, si piensas un poco.

"Pues dime palabras que yo entienda porque aquí, que yo sepa, no te oye nadie y no merece la pena que busques las difíciles."

No es difícil, Julia, significa investigar, pero procuraré hablar con palabras más sencillas.

Hacia las once de la mañana del 26 de mayo la enfermera y el médico salieron al pasillo con una niña recién nacida.

"¿Esa era yo?"

Claro. Eras tú.

"¿Y cómo era yo?"

Todos los recién nacidos se parecen. Tú, tal vez, tenías mejor aspecto. Me preocupó, nada más verte, una mancha rojiza en la mejilla izquierda. Una mancha demasiado expuesta, una marca o una estela destacada, surgida sobre la piel.

- ¿Y esto qué es? - le pregunté al médico.

- No es nada - me dijo. Suelen desaparecer en un par de años. Habría que hacer algunos análisis complicados y no creo que merezca la pena investigar. Muchos niños nacen con manchas.

Y la tuviste durante varios años.






6

Pasó mucho tiempo y nada hizo recordar los lejanos acontecimientos, ni volvieron a suceder hechos misteriosos.

"¿Y entonces ahí te diste cuenta de que lo habías soñado?"

No. Atiende a los extraños caprichos del azar. Cuando menos lo esperábamos, mejor dicho, cuando yo menos lo esperaba, porque Mamá ya vivía ajena a esos asuntos sobrenaturales, ocurrió un hecho, uno más. Y prepárate porque debes tener noticia fiel y no perderte o confundir nada de lo que voy a contar, porque llegamos a lo más importante de esta increíble historia.

"No me digas, Papá, que con todo el tiempo que llevas todavía no has llegado a lo importante."

No, viene ahora, pero lo que queda atrás tiene un sentido, ya verás, si no te lo hubiera anunciado la historia quedaría coja.

"Pues sigue y sáltate todo lo que no tenga importancia, y cuéntame lo de ese país, lo de las chicas y chicos que me dijiste al principio. Lo demás no me lo digas, o si acaso hazlo rápido o resumido... "

Tenías más de un año cuando llegó, inesperadamente, la definitiva prueba de que algo extraño y peligroso rodeaba tu vida. Era el mes de agosto y, como todos los años, nos habíamos ido al pueblo de los Pirineos a pasar las vacaciones. Una vez allí María Helena nos propuso hacer el viaje a Italia que no habíamos hecho el año anterior. Nicolás y tú, como otras veces, os quedabais con los abuelos. Dormíamos en una tienda de campaña. Un día, tendidos al sol en una playa cercana a Savona, Mamá y María Helena hablaban de ti.

"¿Dónde está Savona, Papá?"

En Italia. En el norte de Italia. Tenemos algunas fotos.

Yo las estaba oyendo hablar algo adormilado, aturdido por el sol. Comentaba Mamá, por casualidad, la coincidencia de la llamada de teléfono, tiempo atrás, minutos antes del precipitado parto en el qué tú naciste. María Helena oía aquello con asombro. Miró, creo, al vacío. Frunció el ceño, levantó la cabeza de la toalla y dijo:

- Pero si yo no te llamé, si ni siquiera tenía tu número de teléfono, si no lo tuve hasta hace poco... si nunca nos llamamos por teléfono...

El agua del mar apenas se movía. Había una luminosidad que rayaba la perfección. Un niño desnudo y una niña rubia, algo mayor que él, jugaban en la arena. Entre las olas, tan monótonas, no se veía a nadie.

En cuanto acabó la frase una idea indiscutible me rondó la mente: alguien había utilizado la voz de María Helena. No era ahora víctima de la desaforada imaginación, sino del más absoluto y certero convencimiento de que alguien estaba detrás de todo aquello. ¿Quién y por qué se había hecho pasar por ella?

Ya sabes cómo es mamá. La divergencia del pasado con su amiga no era más que un olvido, un despiste a los que ya estaba acostumbrada. No había lugar a dudas.

- ¿No te acuerdas? Pero si hablaste conmigo, y era tú voz, lo sé perfectamente... - le dijo.

Y María Helena lo negó una y mil veces, mientras Mamá aseguraba hasta la saciedad que había llamado. Para María Helena era imposible, para Mamá era normal porque también se le olvidaban muchas anécdotas de cuando estaban juntas en el colegio.

Y mientras ellas hablaban, iba yo buscando cómo encajar las visitas nocturnas, las señales de la puerta y las llamadas que imitan a una voz conocida. Y otra vez la carne de gallina y el temblor de piernas. ¿Quién y cómo iba a explicar y poner orden en aquella confusión? Entendí que ciertos elementos del enigma empezaban a tener sentido, como tu nombre, Julia, que, sin saberlo, coincidía con el mismo que aquellos visitantes de la noche habían pronunciado años antes de tu nacimiento. La voz de María Helena había sido emulada por alguna persona que nos conocía muy bien con el fin de alertar a Mamá, siempre tan despistada, de la inminencia de tu llegada al mundo. Si no la hubieran imitado, la niña por quien ellos estaban interesados habría nacido en un taxi, como te he dicho, con los riesgos evidentes para una madre que ya había dado un hijo a la unidad hospitalaria de vigilancia intensiva. Eran demasiadas coincidencias. ¿Y quién podía evitar que aquellas personas, buenas o malas, conocedoras de todo, que aparecían y desaparecían cuando menos lo esperaba, que imitaban voces, pudieran presentarse en el pueblo de los Pirineos, en la casa de los abuelos y raptarte? Corrí al primer teléfono para confirmar que no lo habían hecho todavía y aquella noche no pude dormir. La pasé en vela, fuera de la tienda de campaña, sentado en una zona de penumbra. Aunque había que hacer algo, no estaba en mis manos comprobar la identidad de la pareja que me perseguía, y mucho menos entender lo que buscaban, aunque ahora tuviera la certeza de que todo aquello no tenía nada de sueño o pesadilla. Si lo fuera, la propia vida había de ser también un accidental espejismo. Había un real acoso de alguien, bueno o malo, de quienes querían algo de nosotros, de ti, digo, y también supe que no podía contar con Mamá para aclararlo. ¿A quién, Julia, le contaba la historia? ¿En quién podía confiar? ¿Cómo ir con estos chismes a alterar la agradable calma de aquel verano en familia? ¿Quién iba a creer que yo había visto realmente aquellos hombres-ángeles o espíritus disfrazados o lo que fueran? Algo extraño estaba pasando y las pruebas, que ya me habían parecido evidentes, eran ahora incontestables.

Ingenié, mientras amanecía y se despertaban los campistas, una prueba definitiva, una demostración tan clara que había de ser una verificación: comprobar que la señal de la puerta de la casa coincidía con la que tenías en la cara al nacer. No encontré razones para interrumpir las vacaciones porque todo esto a Mamá solo le hubiera parecido una infundada y estúpida sospecha, y más considerando la mala memoria de María Helena. ¿Quién podría ahora asegurar que la señal de la puerta seguía allí sin haber sido alterada por el tiempo o lo sobrenatural o la magia, que ya no dudaba que existía?






7

De vuelta al pueblo de los Pirineos conseguí, una astucia tras otra, hacerme con una foto que habíamos mandado a los abuelos en la que aparecía la puerta de la casa, y la guardé celosamente en mi cartera.

"¿Y qué?... Sigue, no me dejes así. ¿Coincidía o no coincidía la mancha? Me estoy poniendo nerviosa. Supongo que me vas a decir que sí."

Tuve mis dudas, porque faltaba volver a mirar la señal rojiza de tu cara que ya por entonces empezaba a perder fuerza. A la mañana siguiente te llevé de paseo para que nadie me viera mirarte y te hice una docena de fotos. Quería pruebas claras para mi secreta investigación y para el futuro, antes de que desapareciera por completo de tu mejilla.

"Ya no la tengo. Mira... Por lo que me dices, Papá, sé que tenía que coincidir, pero no me digas que eran idénticas, porque vaya historia... "

Aquello, Julia, no podía ser el resultado del azar, sino la demostración de un poder difuminado y misterioso. Tenía que ver de nuevo a aquellas personas, pedir explicaciones. ¿Dónde podría encontrarlos?

No creas que fue fácil abandonar la pesadilla.






8

Cuando añadí sin inventos toda la luz posible a los hechos que solo yo conocía, deduje que, por muchas vueltas que intentara darle, el asunto transgredía, o al menos bordeaba, las leyes de la naturaleza. También entendí pronto que no podía pedir ayuda a nadie porque nadie está destinado a encajar historias tan peregrinas, tan desacordes, tan ajenas a la experiencia. Ni siquiera la idea de convencer a Mamá razón tras razón y prueba tras prueba tenía sentido.

"¿Y no puede ser que todo aquello fueran fantasías? Mírame, Papá, aquí estoy, nadie me ha buscado, y ya no tengo señales en la cara."

Pero la tenías. Sabes muy bien que la tenías. Ahí están las fotos que lo atestiguan.

"¿Y la señal de la puerta?"

Estaba claro que coincidía.

"A ver, ¿cómo puedes demostrarlo? Enséñame las fotos."

No vayas tan rápido, Julia, déjame seguir. Algunas fotos importantes han desaparecido.

"¿Pero todavía no has terminado?... Si todo eso no puede ser verdad, no puede ser, ¿no me ves? estoy aquí y no me ha pasado nada... "

A lo mejor no es verdad. ¿Qué puedo saber yo? He sufrido tantos sobresaltos que confundo lo que he querido que suceda con lo que ha sucedido, y lo que no he querido ver con lo que he visto. Ahora mismo te tengo delante, en esta habitación abuhardillada que era la habitación de Mamá cuando ella tenía tu edad, es decir cuando ni yo la conocía, ni ella me conocía, ni sabíamos que un día íbamos a casarnos y mucho menos que tú sería nuestra hija. Esta habitación está repleta de objetos de cuando ella vivía aquí, en casa de sus padres, que son tus abuelos. Coleccionaba cajas de cerillas, paquetes de tabaco exóticos y llaveros, todo tipo de llaveros, míralos ahí. Hay más de dos mil. Y fíjate ahora en los objetos de aquella cómoda, o no te fijes mucho, que es lo que normalmente se hace. Si dentro de unos días, cuando estemos en casa, en la nuestra de Madrid, te preguntas por lo que hay en este dormitorio podríamos confundir muchas cosas pequeñas, podrías olvidar aquella lámpara de tronco de olivo, pero no me digas que olvidarías que estamos teniendo esta conversación, esta seria conversación sobre los hechos que rodearon tu llegada a la tierra, para que los sepas, para que estés en sobreaviso. Podrás recordarlo mejor o peor, pero sabrás que hemos hablado de esto, que no lo has soñado. ¿O crees que esta conversación que tú y yo tenemos es también un sueño? Tal vez confiarás y te creerás aquello que más te convenga y pensarás que es falso todo lo demás y se acabó. Así vivimos los humanos, confiados en lo que más nos sustenta para ser más felices. ¿Pero qué hacemos con lo que se nos presenta tan evidente ante nuestros ojos? Lo olvidamos, sí, pero solo hasta cierto punto, solo hasta determinados límites.

"Papá, ¿no me estabas contando un cuento, sencillamente un cuento? Qué pasa, ¿hemos entrado como personajes o tú te has olvidado del cuento y ahora me estás contando la verdad?"

No te adelantes, Julia, y deja que aclare lo que sigue y que, por primera vez, pueda contárselo a alguien, precisamente a ti.

"No habías empezado por hablarme de un lejano país que no existe pero que sí existe y luego... ¿Es eso verdad? ¿Por qué no me cuentas ya lo del país y terminamos...?"

Julia, no queda mucho para llegar a eso, pero no puedo dar sin saltos bruscos para que entiendas paso a paso lo que sucedió, para que puedas luego contárselo a tus hijos, y ellos a los suyos, y para que los que nos siguen en este mundo sepan que no es verdad sólo lo que se ve, ni mentira lo aparente.







9

Mira, Julia. Después de la conversación entre María Helena y Mamá empecé a desconfiar de cualquier cosa. La realidad puede ser mera apariencia, y a la vez ir en contra tuya, o a favor, que de eso no sabemos nada. Sospechamos donde están los peligros, pero al evitarlos no sabemos si desechamos también el camino de la fortuna.

"Ahora sí que me tienes intrigada. ¿Has estado tú en ese país?"

Espera. Esto parecía un cuento para hacerlo más fácil, pero no lo es o, mejor dicho, más vale que lo sea, Julia, sí, digamos que es un cuento.

"Entonces en qué quedamos, ¿es o no es un cuento?"

Te prometo que al final te lo aclaro. La coincidencia entre las dos marcas, la de la puerta y la de tu mejilla, era demasiado evidente para considerarla resultado del azar. Los demás indicios, piezas tan claras del puzzle, me aseguraban la presencia misteriosa de un poder a gran distancia de nuestro humano entendimiento. Podía olvidarlo todo o iniciar una investigación en regla. Antes de decidirme estuve comparando las dos fotografías. Las señales son exactamente las mismas si exceptuamos los defectos de trazado. Digamos que son dos almendras, algo abombadas, colocadas una seguida de la otra, en el sentido que va de la oreja a la barbilla. En la superior, un hueco interno, algo irregular. Pasé muchos meses, años, en busca de datos, sin deshacerme del temor de desencadenar la ira de los todopoderosos. Tenía necesidad de alguna conjetura para iniciar la búsqueda. Primero consideré que no trataba con un símbolo racional. si lo fuera, estaba perdiendo el tiempo. En la segunda hipótesis, por el contrario, intentaba imaginarme las marcas como símbolos fundados en la razón. La posibilidad de encontrar la equivalencia se manifestaba casi imposible. Descarté las dos vías. Si era un símbolo, y tenía que serlo, podría tener valores universales, comprendidos por toda la humanidad, o individuales, destinados a pasar la información entre una más personas, como cuando pensé en los ladrones, pero no muchas. Los significados propios de un grupo de personas no sirven de mucho. Si por el contrario, como con cierta lógica sospechaba, escondían las señales modelos universales solo podría hacerse comprensibles para los que conocen esas normas, es decir, los que tienen conocimientos especiales, los científicos, por ejemplo. Y como no soy científico, y no podía contarle mi desarmada historia a ninguno de ellos, hice, para tranquilizar mi conciencia, lo único que tenía a mi alcance: leer, sin grandes esperanzas, algunos libros de física, y luego de astronomía, y así transformé mi secreta actividad en un pasatiempo divertido. Pasaron los años. Iba yo libro tras libro en busca de algún símbolo o signo que me diera alguna insólita pista.

"Y no te enteraste de nada, y ahí se acabó todo. Bueno, no sigas, más vale dejar el cuento para otro día, puesto que del país no conseguiste saber nada."

¡Cálmate, Julia...!

"Pero date prisa. ¿Cuánto vas a tardar? Si no lo sabes, dímelo, dime que no lo sabes, y así me hago a la idea. Y si ya por fin lo has descubierto, dímelo también porque así sé que lo voy a saber y me quedo más tranquila."

Ten calma, aunque te puedo avanzar ya que sí, que sé todo lo de ese país, pero no podría decírtelo de repente sin pasar por los caminos que me llevaron hasta él como no podemos llevar un tren a su destino sin pasar por todas las estaciones de su recorrido, aunque no paremos en ellas... y no estoy parando en todas, sino en las más importantes. No, no te levantes, sigue ahí sentada, ponte cómoda. ¡Cuidado, que así te caes! Cruza los brazos, si quieres, para que no te molesten esas manos tan ávidas de tocarlo todo.

"Espero que cuando llegues al país vayas tan lento como ahora y me cuentes también todos los detalles."

Sí, te prometo que te contestaré a todo lo que me preguntes.




10

El tiempo pasó sin que ocurriera nada anormal. Ensimismado en variadas lecturas, algunas veces olvidaba completamente del objetivo. No sé si recuerdas que por entonces dedicaba mis horas de ocio a observar el espacio con un telescopio. Hay objetos celestes con forma de almendra, claro que sí, pero cansado de una investigación inútil, más me serví de aquel artilugio por placer irreflexivo que para una búsqueda sistemática. El universo es inmenso, y para nuestra modesta comprensión, infinito. Divagaban los hechos del pasado en ese oscuro límite entre olvido y recuerdo mientras me complacía en buscar estrellas y galaxias y anotar sus nombres, e imaginarme paraísos perdidos. Una noche oscura en un pueblecito de Toledo donde habíamos ido los cuatro a pasar un fin de semana enfoqué el telescopio a la estrella Alhena, de la constelación de Géminis, de magnitud 1,93 y situada a 105 años luz de la tierra. Obtuve una imagen confusa, es verdad, deformada. Con aquel aparato, ahora arrumbado en el fondo de un armario, poco se podía descubrir. Hasta ahí no ocurrió nada extraño, pero aquella misma noche coincidieron tantas cosas que ya no sé si vi a la misteriosa pareja que me había visitado muchos años atrás o, una vez más, sólo soñé con ella. Era la primavera del año que hice el curso en Londres, y de nuevo un espeluznante delirio se adueñaba de mí. Los veía por todas partes, entre luces y tinieblas, en sueños y en la realidad, hablaba con ellos, o al menos creía que hablaba con ellos.

Una noche recibí un mensaje concluyente: ¡Me daban una cita! Me pedían que me presentara en un lugar a una hora precisa. El lugar era un gran aparcamiento que se encuentra en un pueblecito fronterizo del norte de Francia, Calais, frecuentado por los viajeros que van o en ferry o vienen de Gran Bretaña. Un lugar ideal, entre gentes de tantas nacionalidades, para pasar desapercibido.

"¿En Francia?"

Si, claro, en Francia.

"No me dirás que fuiste."

¿Y tú qué harías?

- Si eso no puede ser verdad. ¿Quiénes quieres que sean esos hombres? ¿Dónde viven? ¿Cómo viajan? ¿De dónde vienen? ¿No te podían decir lo que fuera sin hacerte ir tan lejos? ¿Los llegaste a tocar?

Creo que sí, claro, o tal vez no, pero puedo asegurarte que estuvieron delante de mí lo mismo que tú y yo estamos hablando aquí ahora mismo, en esta habitación. Me citaban, y eso lo comprendí muy bien, porque querían llevarme a algún sitio.

"¿Al país perdido, por fin?"










SEGUNDA PARTE




11

Aquella endiablada cita a las doce cuarenta y cinco de la noche, hora local, en el parking del embarcadero de Calais, el cuatro de agosto del año que yo cumplía los treinta era aparentemente, y de la manera que quisiera verse, una completa locura. Claro que no, por supuesto que no tenía intención de someterme a esas irracionales y misteriosas órdenes propias de las terror o de ciencia ficción, que luego terminan con un grave incidente (que no la muerte) de un ingenuo héroe que confía excesivamente en los malhechores. ¡Qué singular tontería! Con aquella evidente prueba de que me introducía sin querer en un juego inútil, y probablemente peligroso, di por concluida la insulsa e innecesaria investigación. Y lamenté no haberme olvidado de ello mucho antes. Bien mirado no había nada que resolver puesto que tampoco había nada que lamentar, y solo con las sospechas no se puede construir un mundo. Ponía así fin a esa constante incertidumbre, y al mismo tiempo a los fantasmas...

¡No, Julia, no, no te vayas, la historia no ha terminado!

"Me está llamando Mamá."

¿Estás segura? Yo no he oído nada.

"Que sí, que sí, que me ha llamado... "

¿No será que te lo imaginas tú como dices que yo me imaginé todo aquello que oía?... Espera... ven... No te creas que se ha acabado todo...

Fui a la cita...

"No es verdad. No fuiste. Eso me lo dices para que me quede."

Sí. Fui a la cita. Me presenté a la hora prevista en el lugar convenido.

"Entonces Mamá tuvo que darse cuenta. Eso sí lo podemos saber y comprobar."

Puedes preguntárselo. En esta historia no hay contradicciones, sino constataciones. Ya ves que por una vez los personajes somos nosotros mismos.

Fui a la cita porque nunca me habría perdonado no hacerlo, porque no me habría podido soportar mí mismo reprochándome la renuncia a una oportunidad tan clara de desvelar los enigmas. Supe, como en una revelación, que tenía que hacer las cosas con prudencia, sin que nadie se alterara. Saber guardar secretos es el principio de la prudencia. Por eso, para que nadie sospechara de mis extrañas investigaciones expresé mis deseos de hacer curso de inglés en Londres para alejarme sin sospechas. Os dejé en El pueblo de los Pirineos el tres de agosto. ¿Te acuerdas del coche amarillo?... con aquel coche me presenté en el aparcamiento del ferry de Dover con un miedo irreflexivo, y a la vez con una incontrolada curiosidad. Procuré llegar hacia la media noche. Paré el motor y encendí la radio. Se oían decenas de emisoras en diferentes lenguas. Buscaba entre los coches a la pareja que nos visitó y que tantas veces había sentido de cerca.

A la hora señalada sentí un irresistible sueño y luego me quedé atontado. Cuando recuperé la conciencia estaba recostado en uno de los muchísimos sillones de un salón tan inmenso que perecía no tener fin y era imposible distinguir las paredes. Otros sillones estaban ocupados por hombres de barbas blancas y mujeres de túnicas azules, y todos me miraban con esa media sonrisa lánguida, plácida y reconfortante, que no me era ajena, pues la tenía bien grabada en la memoria. Olvidé, por momentos, que yo estaba allí para resolver un enigma, para descubrir a quienes predecían y anunciaban tu futuro.







12

No sabía cómo ni por dónde había llegado a ese país que no viene en los mapas, ni tampoco del camino de regreso. Pero esos temores desvanecieron incluso antes de avivarse porque muy pronto me sentí como sin hubiera vivido allí desde siempre. No necesité preguntar por nada, ni pedir explicaciones, ni dudé en los modos y maneras a que debía ajustarme. Suavemente, sin que nadie lo sugiriera actué como ellos, como si hubiera vivido allí desde siempre, a la manera de ellos, ajeno a necesidades que nos exigen saber en qué ciudad estamos, cuántos kilómetros se aleja de la nuestra, desde qué aeropuerto sale mi avión, a qué hora cierran las tiendas y a qué hora y en qué proporciones se come. Nada de eso me interesó aunque yo fuera era la excepción en medio de tanta consonancia.

Comprendía la belleza y la magia de lo que estaba viendo: un Nopaís al que se llega por ningún camino, encajado en ningún lugar, sin normas, sin horas, sin imposiciones, sin tiendas, sin nada... Empecé a convivir con las dulces costumbres de todos ellos como si hubiera vivido siempre allí y sin saber quién ni por qué me habían invitado ni quiénes iban a ocuparse de mi acogida. Tampoco me importó perder el control del tiempo, el paso de los días con aquellas tenues percepciones de las diferencias entre oscuridad y la luz, y las escasas necesidades de dormir al unísono, ni siquiera con las exigencias de un largo descanso al día. No eran tales carencias sino agradables signos de una apacible vida que me ayudaba a confundir todo tipo de actividades, pero en especial las laborales y las festivas porque no hay quehaceres que supongan más esfuerzo que otros, y tampoco diferencias entre los periodos de actividad y los de descanso.

Te preguntarás, Julia, cómo se organizan, entonces, para todo lo que nosotros aquí en nuestro mundo necesitamos hacer y tener, y te diré que ellos, sencillamente, no sienten necesidad de nada, si exceptuamos ciertos y exóticos destellos de riqueza como el níquel del mobiliario, el cuero de los sillones y la seda de las túnicas. Los hombres y mujeres de aquel país se reparten las tareas sin que nadie las imponga: hay carpinteros, zapateros, sastres, albañiles y otros muchos oficios, y ensamblan maderas para hacer muebles, y reparan zapatos, y cosen trajes y construyen moradas sin recibir nada a cambio porque el dinero no tiene uso ni razón. Son una gran familia, una gigantesca familia. Yo era en ella el ocasional invitado, el habitante mil cuatrocientos uno del nebuloso país. Había llegado allí, lo supe más tarde, invitado por las constantes e indescifrables apariciones de una de aquellas parejas que había cometido un error que te explicaré más tarde. Luego mi obstinación por descubrir lo que pasaba les aconsejó que sería mejor invitarme a conocerlos. Y les aconsejó bien, porque ahora vivo sin pesadillas y con una nostálgica calma, la que me ha faltado desde aquella inesperada visita del jueves de marzo. Si quieres saber lo que querían de mí y para qué me habían invitado te contesto con gran evidencia: calmarme. Sabían muy bien que para ello solo hacía falta supiera quiénes eran. Y así ha sido.







13

Todas las tardes, o todos los momentos que podríamos llamar atardecer, unas bellísimas chicas salían a pasear vestidas de túnicas blancas y rojas. Se desplazaban en pequeños grupos, lentamente, y hablaban con delicadeza brevísimas frases en todos los idiomas del mundo. Saltaban y a veces canturreaban en dulce y delicado tono. Tanto placer y goce recibían los sentidos que no me sentí triste y desarmado cuando se presentó ante mí el principio de la solución de todos los enigmas porque entre aquellas hermosísimas dríadas estabas tú, Julia, tú misma, mi propia hija.

"¡Qué imaginación, Papá, te estás pasando! ¡Cómo iba a estar allí si no me acuerdo de nada! Si hubiera estado en ese país lo sabría, lo sabría perfectamente. No me vayas a decir que luego me borraron la memoria."

No; no te lo voy a decir. Me acerqué a ti y, a diferencia de lo que sucede en muchas películas de buenos y malos nadie lo impidió.

"¿Qué haces aquí?" - te dije. Y tú, sin vacilar contestaste: "Ya ves, me paseo con mis hermanas." ¡Dios mío! Dijiste hermanas, lo oí muy bien, trescientas cuarenta y nueve hermanas. Serían, evidentemente, de distintos padres. La cuestión más clara, era, tenía que ser, si eras capaz de reconocerme o no como tu progenitor. Y me contestaste, más o menos, con estas palabras:

- Yo a usted, señor, no lo he visto nunca.

¡Qué sensación, Julia, oír esas palabras! Parecía claro que los propósitos de aquella gente de tan encantadora apariencia eran, sencillamente, el rapto. Un selectivo rapto para construir la gran familia de seres perfectos, una vez borrado de la mente el pasado de cada uno de ellos. Hubiera tenido que buscar la manera de huir contigo para hacerte libre, pero un sentimiento de paz tan intenso y abultado impedía imaginar cualquier proyecto impulsivo que sesgara aquella apacible sucesión de instantes. ¿Cómo liberar a alguien de una felicidad tan colmada?

Había que pedir explicaciones, tal vez, sí, pero ¿a quién? ¿Dónde estaban los jefes? No era difícil comprobar que mi osadía me había hecho víctima del mismo rapto que tú habías sufrido, aunque un bienaventurado rapto. Para volver a nuestro mundo, a nuestros hábitos, si es que quería regresar, tenía que contar con la misma fuerza que me había llegado hasta allí. Nunca hubiera sabido qué dirección tomar para el regreso. Pregunté a quienes te acompañaban si ellas también habían sido seleccionadas y raptadas y sólo entonces comprendí que el secreto no era sino la manera de comunicarse. De haber estado a este lado de la vida me habría puesto a temblar porque por primera vez desde que había llegado allí estaba utilizando la palabra para comunicarme, sí, y también me contestaban con palabras, pero en lenguas tan desconocidas que de ellas nunca antes había oído ni siquiera el nombre y sin embargo, las entendía. Y no me estaba volviendo loco. Mi repentino don de lenguas, que había de tener explicación más tarde, servía para oír de boca de tus amigas que ellas no habían sido raptadas de ningún sitio, que vivían allí desde siempre y para siempre, y que no comprendían qué mis atuendos no fueran los que corresponden a los hombres del lugar. Y se reían en acompasados sones, incluso tú, Julia, también te reías de mi torpe indumentaria. Por entonces añadí al orden de mi investigación, de la que ilusoriamente me creía protagonista aunque que ya no iba a ser necesaria, que a los habitantes del Nopaís les habían suprimido la memoria de su pasado.






14

No se puede ser violento con quienes no entienden de odio. El ímpetu incontrolado que me había convertido en investigador y supuestamente en aguerrido liberador, a modo de esos hombres tan fuertes y astutos que vemos en el cine, me servía ahora para sosegarme. Y mi sosiego y calma estaba fundado en comprender su inmejorable sistema de comunicación. En el Nopaís, Julia, los hombres se expresan sin hablar, directamente desde las mentes, sí, y a veces también articulan de sonidos, pero éstos solo son el adorno de la comunicación. Por eso había entendido la lengua en que se expresaban tus supuestas hermanas, porque sus ideas me había llegado directamente al entendimiento sin pasar por las palabras, que no son sino signos intermedios de la comunicación.

Pues sí, Julia. Colocaban sus mensajes con insospechada facilidad en mi comprensión, mientras yo veía más difícil transmitir los míos. El ingenioso lenguaje, el más sencillo que el hombre puede imaginar, explicaba que no hubieran existido barreras para comprendernos desde el principio, y también aclaraba el sistema utilizado para darme la cita en Calais. Descubrir el lenguaje de tu país, Julia, fue el paso más grande que he dado en mi vida. Ahora sé que si ellos han alcanzado ese perfecto grado de convivencia ha sido sin duda gracias a la transparencia de sus comunicaciones, todas ellas purificadas del odio que invade el mundo y que usa la mentira refugiada en los torpes sistemas de comunicación que son nuestras lenguas.

"¿Por qué lo llamas m país si nunca he estado allí, ni sé nada de lo que me estás contando?"

Porque es el tuyo, Julia, porque yo solo fui allí un privilegiado visitante.

"Pero Papá, si sabes más que yo de ese país... ¿Cómo va a ser el mío? A quien tu viste allí fue a alguna niña que se parece mucho a mí, pero que no era yo."

Sí, y que tenía tu misma voz, entrecortada y cándida, tus mismísimos rasgos, delicados y dulces, tu mismo peinado, rebelde y encrespado, tus mismos gestos, bruscos e inocentes, tu mismo estilo al andar, con la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, y, además, tu mismos dedos meñiques de los pies, superpuestos sobre el dedo anterior.







15

Me alegro, Julia, de verte calladita y atenta, de que ya no me interrumpas y de que vayas entendiendo. Iba diciéndote que cuando supe que también podía comunicarme por transmisión directa empecé a sentirme muy cómodo. Ya había leído algunos libros sobre ese tipo de mensajes entre los seres vivos. Comprobar que existían, que lo utilizaban delante de mí y conmigo mismo, me produjo cierta inexplicable bonanza, mucho más placentera cuando lo adornaban con la palabra, porque conseguía así experimentar ese deleite del políglota. Y nacía al mismo tiempo una duda. ¿Por qué, en un país donde las personas eran tan iguales que ni siquiera había gobernantes, hablaban tantas lenguas distintas? ¡Dios mío! La respuesta me vino rápida, también por transmisión mental: porque sus cuerpos, porque sus... su parte material, procedía de muchos países distintos, de los nuestros, Julia. ¿Habrían sido todos raptados como tú?. Y como nadie me leyera ese pensamiento, pregunté, desde un sillón de cuero del gran salón, a viva voz, en nuestra lengua:

- ¿Por qué estáis aquí? ¿Quién os ha traído? ¿Qué pretendéis hacer?

Y entonces una mujer de tez morena y ojos negros con un lunar rojo en la frente me contestó en sánscrito:

- Ningún...

"¿Cómo puedes saber que era sánscrito, papá, si no conoces esa lengua?"

Sí la conozco, Julia. La conozco lo suficiente como para identificarla. Era sánscrito y me emocioné al entenderlo, o quizá lo entendí porque yo también tenía en don.

"¿Y qué te contestó?"

No me interrumpas porque voy a perder el hilo y estamos llegando a los momentos más importantes. A ver... ¡Cálmate un poco! ¡Concéntrate! Ahora yo tenía que interpretar la respuesta, y no creas que me ayudó mucho su información. Me estaba diciendo, sencillamente, que ningún ser vivo del universo sabe de dónde viene ni adónde va. Era evidente, pensé, que aquellas personas ignoraban que habían sido raptadas o... ¿tal vez no había sido raptadas? ¡Si hubiera podido leer en sus mentes como ellos leían en la mía cada vez que lo deseaban...! Y le pregunté de nuevo a la mujer hindú vestida de túnica azul y blanca:

- ¿Dónde habéis nacido? ¿Qué hacéis con vuestros cadáveres?

Y la mujer hindú no respondió con palabras, sino por transmisión mental directa, y me dijo de manera inequívoca que ellos ni nacen ni mueren.






16

Imagínate, Julia, mi desconcierto. No saber, con respecto a nuestro mundo, al tuyo y al mío, dónde estaba. No ver camino para recuperar la normalidad, y carecer de toda referencia para organizar el regreso. En el Nopaís estábamos invadidos por la tranquilidad, sí, pero cada vez que recordaba a Mamá la imaginaba buscándonos desesperadamente por todas la comisarías de policía del mundo. Y sospechaba también titulares de los periódicos: «Niña raptada en extrañas circunstancias. Padre desaparecido a las pocas horas».

Cada ciudadano del Nopaís que conocía era a los pocos minutos de conversación un gran amigo. Sus presencias empezaban por infundir una gran calma y luego una sensación tan agradable que frente a ellos no había nada que temer. El Nopaís es un paraíso insospechado. Vosotros, y yo, pues ya me había hecho a vuestros hábitos, compartíamos las actividades fuertes, que llamaríamos trabajo y que consistía en pasar unas horas en algún taller o en alguna zona de reparación de instalaciones, y la actividad débil, que no era más que la charla, con o sin palabras, y la lectura.

En eso de la lectura tienen una ventaja que ni tú, la que estás aquí ahora, ni yo, podríamos sospechar. Un libro puede leerse de dos maneras: la primera se parece la nuestra y consiste en buscarlo en una infinita colección de volúmenes que llegan allí no se sabe de donde. Disponen también de la posibilidad de ponerse en contacto con alguien que ya lo ha leído y recibirlo de mente a mente, como el resto de la comunicación. ¡Te imaginas! Se colocan uno frente al otro y se transmiten el libro entero... Eso explica que no existan ni colegios ni universidades, sino aprendizaje individual entre unos y otros, y permanente, a una velocidad catorce veces superior a la lectura de un hombre medio. Cuando descubrí esta facultad tan fascinante empecé a sospechar que estaban leyendo mi mente y aprendiendo todo lo que yo sabía, incluso mis inquietudes. Y era cierto. El gran paso en mis conocimientos sobre el Nopaís me llevó a pensar que tú también disponías de esas facultades tan por encima de las conocidas, e incluso de las sospechadas, y que, al mismo tiempo, cualquier idea de fuga, si es que la huida podía ser deseada, iban a ser descubierta sin el menor esfuerzo. La conclusión surgía con lógica inequívoca: tú, y solo tú, habías de enterarte de mis intenciones. Era necesario estar contigo, pensar en mis inquietudes, facilitar que te llegara la información y esperar, sencillamente esperar. Tal vez así recordarías tu pasado en el único mundo que tú y yo ahora entendemos y, con paciencia, habrías de llegar a comprender mi visita a tu país. Para introducirme en los entresijos del lugar, para tenerte, a la vez, más cerca, puesto que nadie iba a impedir mis movimientos, te seguía a todas partes y así fui descubriendo la facilidad con que se accede el alimento, en los momentos de apetito, unas veces en las estancias, otras veces en habitáculos de níquel que se esparcían de manera asimétrica por un bosque de enormes árboles alineados y perfectos. Ejemplar era también la libertad para la selección de las horas de sueño, en comodísimos sofás y sillones, casi siempre tapizados en cuero, si estaban en las estancias, o en seda, si se extendían, a modo de lechos, en los habitáculos de níquel.

- No sé por qué, Papá, todo lo que estás contando me suena a mí de algo.

- Claro que lo conoces, Julia. O no, espera. No olvidemos que esto es un cuento, si lo olvidamos puede ser miedoso.

- ¡Papá, me de la impresión de que tú sabes más cosas de lo que parece!

- Sí, y quiero que las sepas tú también.

- De todo lo que estás contando, algunas cosas son verdad, lo sé, y yo podría decírtelo porque...







17

Vamos a ir por orden. Primero tendremos que llegar al final. Después, o si quieres otro día, porque hoy vas a estar cansada, hablaremos con más calma.

Mira ahora por esta ventana, Julia, mira y verás lo bonito que está todo, tan verde, tan limpio. La vegetación, para nosotros, es símbolo de vitalidad y el agua de vida, de bienestar. En el Nopaís el agua, la vegetación son un bien, como la comida, pero también, y en el mismo nivel, está el espíritu, esencia de un bienestar que no es sino que el resultado de la convivencia perfecta. Los hombres y mujeres del Nopaís asientan su riqueza en la información sobre todos los hechos relacionados con la vida y, aunque de ella saben mucho más que nosotros, aprecian con vehemencia, con intensidad y furia, lo que ignoran, y viven para descubrirlo. Para ello poseen el más inmenso poder que tiene el hombre a su alcance: la inteligencia. Y saben tanto y con tanta intensidad sobre los entresijos de la existencia que han aprendido a seleccionar la virtud, a menospreciar el vicio, y a erradicar el mal gracias a la transparencia de sus charlas. Por eso entre ellos y nosotros no existen fronteras. Nosotros las pondríamos, pero ellos poseen todo el poder para evitarlo. Por eso nunca podríamos mostrarnos hostiles con el Nopaís, ni siquiera provocar una pizca de enfrentamiento, es sencillamente imposible la guerra cuando uno de los bandos está incontaminado de odio.

"Esto ya no es un cuento, Papá, te estás pasando... "

No, solo quiero decirte que la belleza del lugar, el placer y reposo de los sentidos, no radica, como aquí, en las estética del paisaje, en el bienestar material, sino en la estética de nuestros adentros. Y como nuestro interior puede ser observado de igual manera que nuestro aspecto externo, no cabe sino mantener la misma elegancia, la de mantener un espíritu inmaculado. La felicidad está en el interior y la proporciona la justa comprensión de lo que nos rodea. Por eso los fundamentos de la vida allí se transforman sencillamente en paz íntima. Por eso el paisaje, la disposición de las moradas no siempre parecen lo más estético, pero sí lo más útil para el entendimiento. La ausencia de este mobiliario convencional, de pisos, tal y como los conocemos, de calles, de coches, de cines, de restaurantes, de esas diversiones que aquí tenemos se suplen por el justo dominio de la razón.

"¿No había televisión, ni coches ...?"

No, claro que no hay coches. Nadie siente la necesidad de desplazarse. ¿Para qué..? todos son una familia y están allí, juntos, y no tienen que viajar de un sitio a otro porque no hay lugares peores ni mejores sino maneras de concebirlos. Por eso cualquier lugar habitable del planeta sería para ellos el ideal. No hay diferencia, además, entre vacaciones y trabajo porque todo son vacaciones, o todo es actividad sin distinciones porque de alguna manera habrá que entenderlo así. También utilizan la televisión, claro que sí. Hay algunas moradas, al lado de la biblioteca, a modo de cabinas, con cuatro o cinco sillones forrados en cuero negro, muy confortables, y unas pantallas planas, en la pared, mucho más grandes que las nuestras. En cada sillón un pequeño cuadro de mandos desde el que se seleccionan más de sesenta canales. En ellos aparece siempre, en el borde superior izquierdo, una estrella de doce puntas que señala, según el brillo, la calidad formativa de la emisión. Nunca encontré una estrella brillante del todo. En realidad, Julia, todo esto lo tendrías que saber tú tanto como yo, pero lo tienes en tu consciente dormido. Un día lo despertarás.

"Todo esto es un cuento, muy bonito, lo reconozco, que te estás inventando... Y yo no soy más que un personaje transformado."

Sí, es mejor que lo entiendas así. Pero dime, si quieres alguna aclaración puedes hacerla, antes de entrar ya en el final.

"Sí, claro que quiero preguntarte cosas, me gustaría saber todo, todo lo de ese país. Por ejemplo, ¿por qué solo hay trescientas cincuenta niñas?"

Querrás decir por qué solo hay mil cuatrocientas personas, ¿o es que no quieres contar a los demás? La cifra es, en el ámbito del saber, un número perfecto, finito, y a la vez ilimitado porque representa el doble del número más alto del sistema sexagesimal, en el cual el siete no existe. El siete rebasa los límites del sistema numérico más primitivo, que solo llegaba hasta el seis. Es, por tanto, el número mágico. Setecientos es el resultado de multiplicar el número mágico por diez, que fue el nuevo número mágico, el del sistema decimal, el de la nueva cultura. Luego, duplicar esa cifra es dar un paso más, alcanzar el máximo de la perfección.

"Pues no lo entiendo".

No importa, Julia, tampoco es fundamental en esta historia. Ya lo entenderás un día en clase de matemáticas.






18

Vamos, Julia, a lo que nos interesa. Conseguir salir de allí, aunque también deseaba quedarme para siempre, seguía siendo una contrariedad sin solución. Y si no entendía por qué me había introducido entre ellos, muy claro estaba que yo ni tenía barbas ni vestía túnica, ni estaba destinado a aumentar en un visitante su mágica cifra. No creo que los padres de las otras trescientas cuarenta y nueve chicas, ya no sabía si raptadas o cedidas, hayan sido invitados también al Nopaís en algún momento de sus vidas. Recibí, pues todo tiene su tiempo, una explicación convincente de Nik Kapalov y Mosa Iturvina, la pareja que nos había visitado a Mamá y a mí en aquella noche lejana del jueves de marzo, y que tienen asignada por sus congéneres la búsqueda y posterior reanimación de los integrantes de lo que Mosa llamó en español La Agrupación. Mosa y Nik entienden, como todos, cualquier lenguaje humano, y poseen también el don de expresarse con soltura en dieciocho lenguas, entre ellas el quétchua y el zent. En su celo por el reclutamiento de integrantes Nik había cometido un error al visitarnos. Te explicaré. Un grupo de sabios investigadores de La Agrupación conocen cada vez mejor el pasado y el presente y, con esos datos y sus potentes ordenadores, programan el futuro con escasos errores. En el futuro aparecías tú, con tu nombre, formando parte de mi familia, y habías sido seleccionada. Mosa y Nik, nuevos en su misión, vinieron a nuestro hogar de recién casados a comprobar tu presencia, sin advertir que en el paso del «notiempo» de La Agrupación al «sítiempo» de este mundo habían cometido un ingenuo error de tres años, cuatro meses, un día y tres horas (que trasformado a su sistema de medición, no es más que confundir una cifra). De ahí la visita tan tardía en cuanto a la hora, tan temprana en cuanto al año. Seguían encajando los misteriosos acontecimientos. Iturvina y Kapalov me desvelaron los secretos con dulcísima voz, en castellano, en una de las grandes estancias, mientras se desvelaba ante mí, con insospechada naturalidad, el misterio de La Agrupación. Iturvina, entonces, contestando a mis preguntas, reconoció haber usurpado la voz de María Helena para evitar que nacieras en el taxi, y me explicó que el sistema de señales en tu mejilla y en la puerta de nuestra casa les sirvió de contraseña para indicar, como en los demás casos, la morada que te correspondía en La Agrupación. Quedó confuso, sin embargo, un importantísimo y escabroso asunto: el de los raptos. ¿Cómo podían concebir un procedimiento tan doloroso para las familias? ¿Cómo seres tan bondadosos e inteligentes podían raptar a los jóvenes sin ningún sentimiento de culpa? ¿Cómo podrían hacer sufrir a Mamá y toda nuestra familia, que estaría angustiada, buscándonos por todos los rincones del planeta...? Y entonces, cerca del final de aquella larga conversación en la que intervino la transmisión mental directa, comprendí, con convicción inequívoca, que no solo permitirían que regresara como había venido, si es que aquella era mi intención, sino que incluso me ayudarían en el intento. Acababa de adquirir una información tan razonablemente clara que me obligaría a guardar un discreto silencio. De todo aquello deduje que, llegado a este nivel de conocimiento, cercano ya al de ellos (pues la gran diferencia con nosotros es la limpieza y candor de su comunicación) para abandonar el lugar solo tenía que desearlo, que pensarlo delante de cualquier miembro de La Asociación que leyera mis intenciones. Llegué entonces al grado máximo de comprensión y una inmensa tranquilidad y calma se adueñó de mi entendimiento, y luego de todo el cuerpo.

Después de un largo paseo por los rincones más alejados, busqué tu presencia, miré tus ojos, y pensé intensamente que deseaba abandonar el lugar, en tu compañía, claro. Tenía la certeza de que no iba a encontrar ningún obstáculo. Estábamos en una estancia de níquel, los dos solos. Sentí un dulce cansancio, luego quedé inerte, y por fin desperté en el interior del coche, en el parking de Calais, sentado al volante. Tu no estabas conmigo.






19

La primera reacción fue un dolor intenso y agudo que se repartía por todo el cuerpo y se revelaba mas punzante en la cabeza. Creí ver la consecuencia del abandono repentino de mis amigos de la Asociación. Me sentía incapaz de calcular los días que había estado ausente. Pensé en varios meses, y luego en unos días, todo parecía posible. La radio seguía encendida en la misma emisora que transmitía cuando abandoné el coche. No podía ser mucho tiempo. Con movimientos lentos, con torpe y denodado esfuerzo, intenté salir: una pierna, y luego, muy lento, puse la otra en el suelo y saqué la cabeza. Después me dejé caer para ponerme de rodillas hasta conseguir con denodados esfuerzos la postura erguida. Me volvía con la dificultad del enfermo y al mismo tiempo me recreaba, con nostalgia, en lo que sólo unos minutos antes había estado viviendo.

En el vestíbulo del despacho de billetes del ferry encontré unos sillones para descansar y reponerme. El reloj marcaba las 21.37 del doce de agosto. Lo que me había parecido varios meses solo eran, si no había algún misterio más, ocho días. Me acerqué algo más hábil al teléfono. Mamá hablaba con la normalidad de cuando no pasa nada. Ella y vosotros, los dos, estabais en casa, claro que sí, y muy contentos. Ninguno había faltado, claro que no, salvo algunas pequeñas salidas para las compras, algún paseo... Todo iba muy bien, sí, claro que sí, y no había ocurrido nada digno de señalar. Sí, Julia había estado con ella todos los días. ¿A qué venía insistir tanto en eso? ¿Dónde quería que hubiera ido?... Y me preguntó por Londres.. ¡Ah! Por Londres muy bien. Sí, claro, muy bien, me iba muy bien, por supuesto. Y las clases de inglés también. No. No vivía muy lejos de la universidad, en el mismo campus, claro. ¡Cualquiera le explicaba a Mamá en pocas palabras lo que había sucedido! Habría creído que me había vuelto loco. Yo también había pensado en aquello: un arrebato cerebral, un sueño... pero los sueños no duran una semana.

Había dado un paso insospechado, sí, clarificador, pero un gran misterio persistía: ¿Cómo podrías estar en el pueblo de los Pirineos y en La Agrupación, al mismo tiempo? Si respetaba todo lo que la mi viaje fantástico me había enseñado, solo cabía una explicación pacífica y supongo que lo estás imaginando, una respuesta, y oye bien lo que te voy a decir: Julia existe dos veces, sí, dos veces y en dos lugares a la vez.

¿Cómo podía explicarlo de otra manera? Aquella idea era tan nueva como insospechada. En ningún momento se me había ocurrido preguntarme por la doble existencia y ahora, tan lejos de los sabios informadores de La Asociación, nacía de nuevo a modo de pesadilla. En ese mundo del dolor al que acababa de reintegrarme solo me quedaba seguir el curso de los acontecimientos y aceptar los planes impuestos por nuestros congéneres.

El día que volví al pueblo de los abuelos, que no era otro que el convenido según los supuestos planes del curso en Londres, te di, sin que lo advirtieras, el abrazo más fuerte de mi vida.







20

"¡Vaya lío, Papá! Ahora no sé si me has contado un cuento o la realidad."

Yo tampoco estoy seguro.

"¿Crees que puedo ser dos personas?"

Más de una vez has comentado que te ves hacer una cosa como si no la hubieras hecho tú, que parece como si otra persona estuviera dentro de ti, dominando tus deseos, obligándote a hacer lo que tú voluntad no te pedía.

"Sí, eso es verdad."

Cuando te lo oía decir me daban ganas de contarte esta historia, para que supieras la razón...

"¿Y si un día mi otro yo viene aquí, como Nik y Mosa, a nuestros países... ?"

No puede ser, Julia. Si viniera, serías tú misma, o en ese momento tú misma te irías al Nopaís. En un mismo mundo no pueden existir dos veces la misma persona.

"¿Y si yo voy allí?"

Supongo que pasaría lo contrario; ella, tu otro yo, vendría aquí.

"Papá. Me estás asustando. Yo quiero ir a ese lugar."

Si ya estás... Te he visto... Y te diré algo más. Desde aquel verano tan misterioso, he querido descubrir otras dobles personas, y comprobar que les sucedía lo mismo que a ti.

"¿Y las encontraste?"

Me costó trabajo. Primero hice una recopilación de los nombres. Además de Nik Kapalov y Mosa Iturvina, recordaba también los de la hindú Karna Sileva, y otros, como Silvano Pierotello, Ruth Mehierhans, Laina Aguirre y muchos más, entre los que estaba una de tus amigas, Katia Seminova. Localizar a una persona entre cinco mil millones de humanos no es tarea fácil. La primera pista está en el propio nombre.

"¿Y cómo sabías de qué ciudad eran?"

No lo sabía, claro que no, pero hay nombres que suenan a italiano, y otros a alemán y otros a chino o a nada. Al verano siguiente busqué por lo más fácil, en Italia, ciudad por ciudad. En las guías de teléfono señalé a las personas que se llamaran Pierotello de apellido y Silvano de nombre.

"¿Y la encontraste?"

Encontré bastantes y llamé. Y después de algunas indagaciones quise creer que solo podrían ser tres: uno de Padua, Ingeniero de Caminos, otro de Livorno, arquitecto, y un campesino de un pueblo cercano a Nápoles.

"¿Y era alguno de ellos?"

Sí. Es uno de ellos. Permíteme que te diga que sí. Es el Silvano Pierotello de Padua. Ya lo sospechaba. Reconocí su voz y luego lo vi en persona, en la puerta de su casa, vía Mozart, número 20. Nació el 6 de junio de 1947.

"¡Eso es increíble, Papá!"

Sí. Y también localicé a Ruth Mehierhans un año después, en Inwil, un pueblecito a unos 25 kilómetros de Lucerna, en Suiza. A Ruth me costó más, porque no es fácil llamar por teléfono en alemán ni estaba dispuesto a aprenderlo para hacer las llamadas. La fortuna me acompañó. Solo había una familia, en la Suiza alemana. Ruth es secretaria trilingüe de una conocida empresa de petróleos, nacida el 28 de Mayo de 1955.







21

"Entonces, Papá, todo esto es verdad..."

Y te voy a decir algo más. Todos los que componen la gran familia de La Asociación nacieron entre el 21 de mayo y el 21 de junio, como tú.

"¿De qué año?"

Qué más da el año. Todos son Géminis, ya sabes, el tercer signo del zodiaco, el de la doble personalidad.

"¿De la doble personalidad?"

La constelación de Géminis está situada entre Cáncer y Tauro, entre 5 h 55 mín. y 8 h 55 mín. de AR. Sus estrellas más brillantes son Cástor y Pólux. Los antiguos egipcios la veían como un par de carneros, y en la astrología árabe eran dos pavos reales. Hoy se representan por dos gemelos, dos personas aparentemente iguales, pero sólo atribuimos el signo a una. La estrella Cástor tiene una magnitud de 1,62 y está formada por tres binarias espectroscópicas. El sistema está situado a 45 años luz y cada una de ellas presenta un movimiento acoplado y las seis se mueven en órbitas entrelazadas, una alrededor de la otra. Pólux es el miembro más brillante de la constelación, y está situada a una distancia de 35 años luz, pero intrínsicamente es más oscura que el sistema Cástor. Todo esto se puede observar a simple vista, mirando al cielo, pero con un telescopio, como el que yo utilicé, pueden apreciarse los matices. El conjunto Cástor, como ya estarás pensando, tiene una forma semejante a la señal de la puerta y a la de tu mejilla. Por eso los de La Asociación se dirigieron a mí cuando yo estaba a punto de descubrirlo.

"Entonces, ¿Cástor y Pólux existen?"

Las estrellas están ahí. Mira una noche el cielo y verás que están donde deben. Cuenta la mitología, y este ha sido el final de mis pesquisas, que Cástor y Pólux eran dioses que vivían y morían alternativamente, pasando cada uno seis meses en el Olimpo y otros seis en la Tierra, pero en los pasajes que los mencionan abundan las contradicciones. A veces, solo Pólux es divino, mientras que Cástor es un mortal dotado de una especie de semi-inmortalidad, obtenida gracias al amor de su hermano. Sin embargo, el escritor griego Luciano cuenta algo de gran interés que encierra la explicación de esta historia. Según él viven alternativamente en el Cielo y en la Tierra. Cuando Pólux va hacia una, Cástor se dirige hacia la otra, y de esta forma nunca se encuentran juntos. El mismo Luciano escribe el diálogo que tuvieron los dioses Apolo y Hermes:

- Dime, Hermes, ¿por qué no vemos nunca juntos a Cástor y Pólux?

- Mira, Apolo, se aman tanto, que cuando el Destino decretó la muerte de uno y la inmortalidad del otro, decidieron repartirse la inmortalidad.

- No me parece acertada esa decisión, querido Hermes. ¿De qué pueden ocuparse dignamente como dioses si están continuamente de cambios? Yo me encargo de predecir el futuro, Esculapio cura las enfermedades, tú eres un excelente mensajero... ¿Y ellos, de qué se ocupan... ? ¿Pretenden acaso vivir ociosos?

- No, Apolo, ellos están al servicio de Poseidón y su trabajo consiste en salvar a toda nave que se halle en peligro.

- ¿Una nave que se halle en peligro? ¡Ah!... Ahora lo entiendo mejor. Me alegra saber que tienen una misión tan necesaria y digna.

"Papá, estoy muy asustada. ¿Una nave es una embarcación que va por el mar?"

Y también por la tierra. Nosotros navegamos por esta vida, que es un inmenso mar. Pero no te asustes. Las personas de esta historia son hombres de bien, no cabe duda. No hay malas intenciones. Aleja tu miedo. Además, Julia, esto es un cuento y los cuentos no siempre son verdad.

"Esto sí es verdad... Estoy segura de que es verdad, Papá. Ahora no vas a querer demostrarlo... "

No, Julia, tengo que decirte que esto no es verdad. Yo te he contado lo que pasó hace unos años porque tenías que saberlo y ahora conocemos los dos el secreto. Y he aprovechado, a la vez, para contarte un cuento porque tú me lo pediste y en eso habíamos quedado. ¿Recuerdas cómo empiezan los cuentos?... Yo también empecé diciendo «érase una vez un país...».

CÓMO PREPARAR UN TRABAJO SOBRE CAMPOS SEMÁNTICOS

EJERCICIO DE CAMPOS SEMÁNTICOS

Objetivo: Ampliar un determinado campo semántico de manera intensiva. Añadir al vocabulario ya conocido otro desconocido y original que desarrolle el universo léxico del alumno.
Medios: descubrir, ordenar, catalogar y luego aprender una serie de palabras de significados afines.

Procedimiento:
1. Elegir un determinado campo semántico, preferentemente relacionado con la actividad del alumno o con sus intereses.
2. Buscar en un diccionario adecuado una colección de palabras relacionadas con ese campo, en un mínimo de unas ochenta.
3. Clasificarlas para que cada uno de los grupos pueda ser precedido por un hiperónimo.
4. Ordenarlas en orden lógico de manera que los significados de los hipónimos se toquen, limiten unos con otros.
5. Presentarlas en una o varias hojas de manera que el hiperónimo encabece la lista de los hipónimos que contiene.
6. Añadir al final la bibliografía utilizada, con un mínimo de uno de los diccionarios explicados en clase. El uso exclusivo de Internet no garantiza en este caso la adecuación del ejercicio.

Evaluación:
Del ejercicio escrito (10/10). El profesor tendrá en cuenta la pertenencia de cada una de las palabras a los campos señalados, la colocación por significados afines, la habilidad en la presentación para facilitar que que sean comprendidos, la riqueza léxica y la presencia de todas las voces normalmente utilizadas.
De la presentación oral (10/10). El profesor ha de valorar los conocimientos del alumno sobre todos y cada uno de los términos utilizados, y si sabe distinguir sus significados incluso en aquellas voces cercanas.

AYUDAS:
En la elección del campo semántico el aluno procurará, mediante consulta previa, acotar su propósito a una idea que cumpla con la propuesta inicial del número de palabras.
Son propuestas interesantes: minerales, líquidos, gases, universo, existencia, reloj, caballo, mamíferos, aves, animales acuáticos, descripción física de una persona, descripción moral de una persona, el color, el olfato, el gusto, el tacto, reptiles, insectos, calzado, lenguas, amistad (nombres), amor (nombres o adjetivos), familia, informática, medio ambiente, astronáutica, ferrocarril, motorismo, teatro, baile, ciclismo, baloncesto… No son buenas elecciones: el cuerpo humano, el derecho, la religión… por la dificultad de la extensión léxica. Sería mejor reducir estos últimos campos a conceptos como: los huesos del hombre, los verbos que significan movimientos de los brazos, las religiones orientales, el léxico de los delitos…
La parte más difícil del trabajo, una vez obtenida la lista de palabras que se van a utilizar, es la de la clasificación. Exige ésta la búsqueda en un diccionario de los significados desconocidos. Se puede utilizar uno de los diccionarios acomodados al uso informático.
Puede utilizarse la letra cursiva para crear un hiperónimo de manera perifrástica: p. ej.: figuras literarias que alteran el orden de las palabras: hipérbaton, inversión…
También puede subrayarse la primera palabra de un listado cuando se quiere indicar que las siguientes son sinónimos: p. ej. deseo, emoción, entusiasmo, euforia, excitación, fiebre, fuego, furor, impulso, inclinación
El alumno debe asegurarse que conoce todos y cada uno de los términos o expresiones utilizadas antes de presentar el trabajo.

domingo, 12 de octubre de 2008


JUAN MANUEL Y LOS COCHES
Rafael del Moral

Un vendedor de coches de avenida de los Concesionarios (también llamada Vía Complutense) me ha dado una tarjeta de visita impresa con su propia fotografía. Gesto exagerado, narcisista y presuntuoso, pero ajeno al simpático vendedor, e inspirado en las ganas de ser fiel al único objetivo de la marca de coches: vender. Unos días después me llamó por teléfono: «Soy Juan Manuel» y lo reconocí en su tarjeta de visitas arco-iris envanecida entre las otras. Juan Manuel vende coches caros. Dice un amigo mío que no hay precios altos, sino sueldos bajos. Seguro que hay gente (banqueros, cacos, políticos, traficantes...) para quienes los coches de Juan Manuel Pérez son muy baratos. Llevo varios días cruzando de una acera a otra la motorizada avenida y descubro que el «vale todo» es la principal divisa de los del motor, y el segundo «sálvese quien pueda». Visto lo cual sé que no tiene nada que ver lo que vale un dieciséis válvulas con lo que vale un peine, pero hay que saber las dos cosas para tener coche. Juan Manuel vende coches franceses y coreanos (yo creía que eran del Zaire, según me sonaba el nombre) pero me aconseja los primeros. Mucha gente es partidaria de los orientales. Se me hace cuesta arriba pensar que voy a conducir un coche fabricado en Corea del Sur, mientras Corea del Norte, rebelde y melancólica, languidece. Me abruma el ceremonial de los vendedores y los gatos escondidos y encerrados que llevan los coches. El vendedor es un hombre elegante o una mujer (más infrecuente) que ofrece un café a quien sabe aguantar. El vendedor da la razón al cliente. El vendedor sabe que su coche tiene algo por dentro que es buenísimo y que nombra en inglés (intercooler, sipt, airbag, abs... ) o que solo sirve para sorprender a los amigos que se dejan: limpiaparabrisas que se activan con la lluvia, mando a distancia, barras protectoras que no se ven, y una serie de adjetivos que elogian sin límites calidades del artefacto que el cliente no debe entender muy bien para que parezca más interesante. Los coches de ahora no tienen precios. Los va dando el vendedor según el día y la cara de pardillo del comprador. El señor Pérez, don Juan Manuel, es un caballero sencillo, comedido, algo firme (lo último solo lo aplica a los precios). Lo excepcional en él no es colmarse de virtudes, que las tiene, sino evitar la cursilería, la pedantería, la adulación barata y el engreimiento. Pero eso pasa en muchas profesiones.

CONDENADOS A ENTENDERSE por Rafael del Moral




Y qué hacemos con la lengua recibida? Es un error pensar que los lingüistas o los escritores la utilizan mejor que la gente común porque los hablantes, en todos los niveles sociales, tenemos una especial sensibilidad ante lo que decimos según las situaciones, las emociones o la habilidad expresiva. Tan interesante o aburrido puede ser el discurso de un académico, de un orador, como la templada voz de la tía Antonia de Villanueva del Condado cuando relata a la vecina lo acontecido aquella mañana en un rincón del pueblo. No hay personas más propietarias de una lengua que otras, sino modos, modalidades expresivas. Otra cosa es que determinados oyentes, por las razones quieran argüir, o sin razón alguna, consideren mejores a unos que a otros. La lengua es el instrumento de comunicación, y con y en ella modelamos, refugiamos y transmitimos nuestras emociones. Podemos comunicar alegría, tristeza, amor y odio sin que aparezca en las palabras significado alguno relacionado con ello. Modelamos la expresión, elegimos el discurso, secuenciamos la frase, insertamos los silencios para transmitir a otros lo que llevamos dentro, o lo que creemos llevar, porque el lenguaje lo condiciona. Y mucha gente, lo hemos visto, al esforzarse por elaborar un discurso elegante, se aleja del encantador mensaje que contiene la llaneza y naturalidad de los usos lingüísticos. La metáfora, la ironía, el ingenio y miles de recursos más son ajenos a los procedimientos academicistas, y mucho más propios de la personalidad del hablante. Todos tenemos la posibilidad de utilizarlos.
El uso de la lengua refleja la personalidad del individuo, y no siempre depende, necesariamente, del nivel de conocimientos. El lingüista describe la lengua y las lenguas, los usuarios las manejan, y son los verdaderos artífices. Las lenguas aparecen en la vida del individuo mucho antes que la posibilidad de elegirla, se reciben en el legado transmisible.
¿Desde cuándo heredamos la lengua? ¿Hubo una primera pareja, como la bíblica, que se la enseñó a sus hijos? ¿Y quien enseñó a esa pareja? Nadie puede imaginarse que el don de lenguas se instalara repentinamente entre los hombres, pero tampoco tenemos motivos para razonar sobre la rapidez o lentitud en su acomodo, ni para dudar de su condición de pilares de la vida social. Muchas actitudes innatas, es decir, naturales, que tiene el hombre, no se desarrollan sino en un medio cultural. Andar sobre dos pies y la comunicación verbal son ejemplos de ello. Los niños salvajes, es decir, los que han salido adelante protegidos por los animales, andan a cuatro patas y no hablan. Poseen la actitud del lenguaje, pero no lo proyectan sobre una lengua. Y lo peor es que ya no tienen la posibilidad de ser de otra manera, han perdido su momento de aprendizaje. Sobre la pérdida del momento de aprendizaje hablaremos en el cap. 00.
Podemos, hasta cierto punto, mantener la analogía entre el desplazamiento bípedo y el lenguaje, ambos como realización cultural de una aptitud natural. Pero resulta que las lenguas se oponen entre ellas por una especificidad que no es ni un don de la naturaleza ni un producto de la cultura, si traducimos la unicidad fundamental del lenguaje humano. Esta característica irreducible constituye todavía hoy un enigma, y un desafío para quienes quieren comprender qué es una lengua.
Sabemos, o parece que tenemos claro, que lo que nos da la naturaleza no es la lengua, sino la capacidad para hacernos con ella. Esa actitud no está preparada para una lengua en concreto, ni siquiera para la usada por los progenitores, sino para cualquier lengua. Incluso para varias a la vez sin que unas interfieran sobre las otras salvo de manera fortuita. El hablante tiene escasos medios a su alcance para actuar sobre ella y los intentos autoritarios por modificarla, por acercarla a sus intenciones, suelen fracasar. Las lenguas no se gobiernan por decreto. Todas nuestras lenguas -decía Jean-Jacques Rousseau- son obras de arte. Hemos buscado mucho tiempo si existía una lengua natural y común a todos los hombres. Sin duda, hay una, y es la que los niños hablan antes de hablar.
La facultad de hablar, como la de construir una casa, fabricar un avión o poner en marcha una ciudad hoy parece tan evidente que nadie se pregunta cómo llegó el hombre a dominar tan eficaz destreza. Es una obviedad decir que mediante la lengua nos comunicamos, y cuando concebimos la definición parece que queremos decir que gracias a ella podemos saludarnos, pedir una barra pan o protestar una multa de tráfico. Para mucha gente se puede pensar sin palabras, y otros creen que los sordomudos mantienen su sistema de comunicación con independencia de la lengua. Todo esto es bastante confuso porque difícilmente podemos prescindir de las palabras para razonarlo. No podemos distanciarnos.
Casi todos los lingüistas, pero hay quienes mantienen la idea contraria, están de acuerdo en que sin la lengua no existe pensamiento. Experiencias muy variadas parecen darles la razón pero nos faltan argumentos concluyentes. ¿Cómo comunicarnos con una persona que carezca de lengua para comprobar si piensa o no?
En la curva de entonación de un individuo, aislada del resto del enunciado, podemos descubrir si está triste, si tiene miedo, si muestra admiración y si está o no alegre. La tristeza y el miedo son más difíciles de ocultar que la admiración y la alegría, pero estas cuatro emociones, a las que podríamos haber añadido otras, tal vez menos evidentes, se muestran en el habla con mayor o menor grado de reconocimiento. La tristeza y el miedo son ampliamente identificados, la admiración y la alegría parecen más débiles. Si la entonación aporta, como sabemos todos, una información sobre el estado de ánimo, este rasgo del lenguaje no es en sí mismo un elemento irrefutable. También podemos fingir la entonación.
Si algo nos ha enseñado la biología es que la selección natural favorece los comportamientos y estrategias que resultan más ventajosos para la supervivencia y la reproducción. Uno de los principales caminos para propagar los propios genes es la picardía, el artificio, la astucia. En la naturaleza abundan los ejemplos. En el mundo vegetal, una flor puede fingir en beneficio de su especie. La orquídea-espejo simula ser una avispa hembra para que los machos se posen en sus pétalos y polinicen otras flores. Incluso produce sustancias químicas parecidas a las feromonas de la avispa hembra. En el mundo de las aves, las hay que se esponjan, se crecen o se hinchan cuando están cortejando a sus posibles parejas, para resultar más atractivas. El gesto, como es sabido, lo comparte el hombre y la mujer. En el mundo marino, las triquiñuelas son sutiles, variadas y perspicaces. El rape manipula unos señuelos que atraen a sus presas creyendo que se trata de alimento, mientras el ejemplar, camuflado, les tiende una emboscada tan provechosa para el rape como destructora para la presa.
En cuestiones de engaños y mentiras, los humanos no pueden prescindir de estrategias tan provechosas. Tenemos un código que nos permite mentir con mucha más facilidad que el resto de las especies vivas, el de la lengua. Nos consiente la exageración de las virtudes y la ocultación de los defectos, la crítica voraz y despiadada, hiperbólica y destructiva, o la fingida retahíla de elogios en busca del beneficio propio. Para perpetuar el bienestar tendemos a maximizar aquello que protege nuestras vidas, y demoler lo que no pertenece a nuestro entorno afectivo. Y no se trata de un voluntario o justificado desprecio, sino de un productivo autoengaño. La selección natural ha favorecido el desarrollo de tan perspicaz mecanismo para evitar que descubran nuestras ficciones prácticas y fructuosos disimulos. Engañarnos a nosotros mismos nos permite engañar a los otros de forma más convincente. Mentir, en definitiva, nos resulta útil. Basta una pequeña mirada a nuestro entorno para descubrir los grados en la estrategia de nuestros conocidos, y también el apoyo de algunos estudios psicológicos y sociológicos. Las personas que dominan y esgrimen con habilidad la mentira obtienen mejores puestos de trabajo, atraen más y mejor a los miembros del sexo opuesto, sacan ventaja en situaciones comprometidas o festivas, individuales o sociales, disfrutan más y mejor las relaciones sociales y hacen más amigos. La cuestión es conocer los límites. Un uso desmañado de la lengua para desfigurar la realidad aísla al individuo, lo relega, lo separa del grupo social. Ese mismo principio es perfectamente aplicable a los grupos políticos, que no ponen, según la situación que más le favorece, límite alguno a sus tretas y artificios. Y pertenece a la publicidad el más hábil manejo conocido de la lengua para ajustar la realidad a lo que más conviene. Esos condensados mensajes son desmesuradamente capaces de potenciar, destacar o enfatizar, y también de omitir, ocultar o evitar todo aquello que pueda servir para ayudar la venta de un producto.
En este sentido la comunicación lingüística, nuestros códigos para el entendimiento, nuestras habilísimas lenguas son una condena. Y lo son porque nuestro entorno no es lo que vemos, ni lo que oímos, ni lo que sentimos, sino lo que las palabras nos permiten interpretar. Quienes más a su favor utilizan el lenguaje, truecan en fantástico un asunto engorroso y, al contrario, una torpeza en el uso puede hacer una montaña de un pequeño e insignificante asunto de la cotidianeidad. La mayor virtud de un político, aquella que ha de conducirle al liderazgo, seamos sinceros, no es la rectitud de sus palabras, ni sus dotes de orador, ni siquiera su conocimiento del léxico, sino las formas más aviesas y menos comprobables de la manipulación del lenguaje.

viernes, 8 de febrero de 2008

2. LOS TURBIOS ORÍGENES






Heredamos de nuestros padres el color de la piel y del pelo, la forma del cuerpo, los gestos, y también la capacidad de hablar y el idioma, aunque este último legado se realice en un periodo de unos tres años que se extienden entre los dos y los cinco años, y pueda quedar encomendado a otras personas.
Nadie, aunque muchos lo hagan, debe considerar que una raza es superior a la otra, o determinado tipo estético más admirable que otro, porque todos nacemos en los mismos paños y esa igualdad la recuperamos en la sepultura. No hay razón alguna para menospreciar a una lengua frente a otra. Los mismos derechos tiene el hablante de aranés que el de chino, aunque el primero se encuentre con unas cuatro mil personas que hablan como él, y el otro con miles de millones.
Con nuestra herencia lingüística damos nombre al mundo que nos rodea, forma a nuestros primeros pensamientos, dimensión los primeros sentimientos y perfiles a nuestro entorno. Todas las lenguas del mundo, que son muchas, pueden proporcionar tales bienes. Y si alguna no lo hace es porque la sociedad que la sustenta no siente la necesidad de que así se manifieste. Si en algún momento necesitara hacerlo, la lengua proporcionaría los recursos necesarios para que así sucediera. Los hablantes tenemos la lengua que necesitamos, ni más ni menos. Y su uso se extiende o restringe en función de las exigencias del entorno.
Esa lengua transmitida se convierte, salvo modificaciones o desplazamientos en la vida del individuo, en la lengua primera, en la que se refugian las palabras de amor, en la que se expresa el odio, la que sustenta los proyectos, los deseos y los proyectos. Permanece dominante sobre las demás y se alza durante todo el periodo de la vida como la modalidad comunicativa de referencia. Las otras que ingresan durante el camino lo hacen como estructuras añadidas. Unas veces son el resultado de un aprendizaje necesario para la vida intelectual o laboral, otras mantienen el contacto con lenguas vecinas, y otras son el resultado de un anhelo comunicativo con las personas queridas. Los niveles de destreza son muchos y diversos pero casi siempre queda un sustrato fiel que identifica al individuo con su lengua heredada.
¿Y qué hacemos con la lengua heredada? Es un error pensar que los lingüistas o los escritores la utilizan mejor que la gente común porque todos, en todos los niveles sociales, tenemos una especial sensibilidad ante la lengua según las situaciones, las emociones o la habilidad expresiva. Tan interesante o aburrido puede ser el discurso de un académico, de un orador como la templada voz de la tía Antonia de Villanueva del Condado cuando le relata a la vecina lo acontecido aquella mañana en el mercado. No hay personas más propietarias de una lengua que otras, sino modos de expresión. La lengua es el instrumento y en ella se refugian nuestras emociones. Podemos transmitir alegría, tristeza, amor y odio sin que aparezca en las palabras significado alguno relacionado con ello. Todos modelamos la voz, elegimos el discurso, secuenciamos la frase, incluimos los silencios con el fin de transmitir lo que llevamos dentro… Y cuando más nos esforzamos por conseguir un discurso elegante, más solemos alejarnos del encantador mensaje que contiene la naturalidad en los usos lingüísticos. La metáfora, la ironía, el ingenio y miles de recursos más son ajenos a los procedimientos academicistas y mucho más propios de la personalidad del hablante. Todos tenemos la posibilidad de utilizarlos aunque en su uso oral las posibilidades de que queden como ejemplo conservados en el tiempo son más limitadas. El hábil uso de la lengua refleja la personalidad del hablante y no depende de sus conocimientos escolares. El lingüista describe la lengua y las lenguas, los usuarios las manejan y son los verdaderos artífices de su uso. - Rafael del Moral

sábado, 2 de febrero de 2008

Publicaciones
















RAFAEL del MORAL
Escritor - Profesor de literatura
Teléfono: +34 916 608 089
Móvil: +34 636 311 261
Correo: rdelmoral@wanadoo.es


PUBLICACIONES

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LENGUAS DEL MUNDO, Rafael del Moral, Editorial Espasa, Madrid, 2002 – 668 páginas.
I.S.B.N.: 84-239-2475-0. Estudio, situación y análisis de las lenguas de la humanidad de todos los tiempos: historia, dominios, hablantes y caracteres lingüísticos. Mapas, gráficos, esquemas y tres amplios índices: geográfico, gramatical y de lenguas-dialectos-variedades.
ENCICLOPEDIA DE LA NOVELA ESPAÑOLA, Rafael del Moral, Editorial Planeta, Barcelona, 1999, 712 páginas. I.S.B.N.: 84-08-02666-6. Análisis, argumento y crítica de unas 700 novelas, acompañado de abundante información bibliográfica y de tres minuciosos índices: cronológico, de autores y de personajes novelescos.

DICCIONARIO TEMÁTICO DEL ESPAÑOL, Rafael del Moral, Editorial Verbum, Madrid, 1998 – 569 páginas. I.S.B.N.: 84-7962-099-4. Clasificación en campos semánticos de unas 60.000 palabras y expresiones de la lengua española, acompañada de dos grandes índices para facilitar la búsqueda de voces específicas. Moderno diccionario ideológico inspirado en el Roget’s Thesaurus of English words and phrases.

MANUAL PRACTICO DEL VOCABULARIO ESPAÑOL, Rafael del Moral, Editorial Verbum, Madrid, 2001 – 134 páginas. I.S.B.N.: 84-7962-202-4. Libro de ejercicios propuestos como práctica para ampliar el vocabulario. Basado en los campos semánticos del Diccionario Temático del español.

DICCIONARIO PRÁCTICO DEL COMENTARIO DE TEXTOS LITERARIOS. Segunda edición, Rafael del Moral, Editorial Verbum, Madrid, 1996 – 285 páginas. I.S.B.N.: 84-7962-071-4 para la primera edición. I.S.B.N.: 84-7962-296-2 para la segunda edición. Definición, ejemplos y sugerencias para el análisis de más de 450 términos habituales en el comentario de texto: métrica, géneros literarios, figuras retóricas, movimientos literarios, técnicas narrativas, estilo...


MANUAL PRÁCTICO DEL ESPAÑOL COLOQUIAL, Rafael del Moral, Editorial Verbum, Madrid, 2003 – 206 páginas. - I.S.B.N.: 84-7962-254-7 - Comprensión y uso de las 250 expresiones coloquiales más utilizadas en nuestros días, enriquecidas con una amplia variedad de ejercicios para su correcto uso.


MADRID COMO ESCENARIO LITERARIO DE LA NOVELA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA, Rafael del Moral, Universidad Complutense, Madrid, 1991, 606 páginas. Depósito Legal: M-5804-1991 - Análisis, crítica y valoración de un centenar de novelas aparecidas entre 1939 y 1975 y ambientadas en la ciudad de Madrid. Tesis doctoral.


TRAFALGAR. Benito Pérez Galdós - Rafael del Moral, Editorial Mare Nostrum, Madrid, 2002, 177 páginas. I.S.B.N.: 84-95509-49-0. Edición crítica con introducción, comentario literario e histórico, notas a pie de página, amplia variedad de índices y ejercicios. El libro está especialmente preparado para estudiantes de literatura.

EPISODIOS NACIONALES. PRIMERA SERIE. Benito Pérez Galdós. Rafael del Moral. Editorial Mare Nostrum, Madrid, 2004, 304 páginas. I.S.B.N.: 84-96391-01-9. Edición crítica con introducción, comentario histórico y literario, notas a pie de página y amplia variedad de índices para una correcta interpretación de la guerra de la Independencia.
METODOLOGÍA DE LA ENSEÑANZA DEL FRANCÉS. Rafael del Moral. Preparación académica a distancia, C.E.N., Madrid, 1991. 312 páginas. Depósito Legal: M-21513-93. Desarrollo de los temas de Metodología del Temario de oposiciones de profesores para Enseñanzas Medias.
DICCIONARIO IDEOLÓGICO. Atlas Léxico de la Lengua Española. Rafael del Moral. Editorial Herder. 540 págs. I.S.B.N. 84-0000-00-0 - Clasificación en 1600 campos semánticos de unas 250.000 palabras del español de todos los tiempos y de todos los píses hispanos.
BREVE HISTORIA DE LAS LENGUAS DEL MUNDO. Rafael del Moral. Editorial Espasa, I.S.B.N. 00-00000-00-0.

ACTAS DEL XXXV CONGRESO INTERNACIONAL DE LA ASOCIACIÓN EUROPEA DE PROFESORES DE ESPAÑOL. Rafael del Moral. Publicaciones de la AEPE, Almería, 2001 - Depósito Legal: AL-177-2001. Edición de las conferencias, ponencias y mesas redondas del citado congreso.

Traduccion de «HITCHCOCK / TRUFFAUT. EDICIÓN DEFINITIVA» Original de Hitchcock y Truffaut. Rafael del Moral. Madrid, Editorial Akal, 1991, (309 páginas). I.S.B.N.: 84-460-0046-6. Traducción al español de una de las más significativas obras sobre el arte cinematográfico.
Traducción de MI VIDA Y MI CINE de Jean Renoir. Rafael del Moral. Madrid, editorial Akal, 1993. (279 páginas). I.S.B.N.: 84-460-0110-1. Traducción de la autobiografía cinematográfica del acreditado cineasta francés.
MARTA Y LOS OTROS. Rafael del Moral. Novela. Ed. Tal vez, I.S.B.N. 00-00000-00-0
AIRES DE TÍMIDA DONCELLA. Rafael del Moral. Novela. Calibán Editores. I.S.B.N. 00-0000-00-0